Mi blog quisiera ser continuación de los ventanales de los
observatorios ornitológicos –esos austeros y recoletos chaletitos de madera a
la vera de marismas y humedales- desde los cuales disfrutamos los fotógrafos,
como críos, de nuestra indiscreta afición. Yo he aprendido mucho de esos
dilatados panoramas, de ese aire sin sometimientos, y de esas remansadas aguas
no obstante bañadas por las luces más sorprendentemente cambiantes, según el
tiempo, según las estaciones, según las horas del día. Y en esas consentidas
soledades yo aprendí, en concreto, a desaprender. Es la mejor enseñanza que he
tenido en mi vida. Aunque ya sé que hay gente que puede mofarse de lo que acabo
de afirmar. Eso sería la mejor prueba, en todo caso, de que lo que digo no
es irrelevante.
Disfrute, pues, de estas luces que una vez conmovieron mi retina (es
la más sentimental definición que se me ocurre de esos entrañables documentos
a los que llamamos fotografías), si son de su agrado, si le dicen algo, si le acompañan a usted en
algo. Y ya está, ya ve, es muy sencillo. De hecho, el mundo es complicado
porque los que gobiernan, porque los amos no tienen interés alguno en detenerse, por fin, y en atender al fundamental silencio que se escucha al caminar por los senderos
que cruzan los humedales. La vida misma es complicada, y absurdamente
sufrida, porque asimismo los esclavos no quieren saber nada, nada de nada, de
la calma, de la insobornable paz que regalan -por poco que uno calle, por fuera
y por dentro- las orillas de las marismas.